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Hermosura, sos una masa amorfa. Te reviento contra el suelo de madera. Mirá, no existis. Vos tampoco y vos tampoco. Y a quién carajo se le ocurre llamar ahora.
Ahora si llueve. Cierra la ventana porque le entra agua y no puede pensar. Además, se le puede arruinar la computadora. Hace un rato llamó alguien. No era el viejo-del-número-eternamente-equivocado, sino la persona que no debe llamar en momentos críticos como ese, cuando ya el poder divino se esfumó entre la plastilina blanca y el suelo.
Dios no quiere ver a nadie. Dios no quiere salir de su habitación ni enfrentar la realidad. Así que seguirá en su fantasía.
Entre la masa blanquecina pegada en el suelo, quedaba un ser aún en pie.
- Vos sos distinto, a vos te quiero.
Le dibujó una sonrisa con un escarbadiente y un par de ojos. Lo sentó en la repisa. No lo iba a matar a él. Porque era especial y no sabía la razón. Su primera creación que no sucumbiría inmediatamente. Viviría por siempre, a menos que se transformase en otro traidor más. Un ángel, el primero de su tropa. El único que por ahora acompañaría a Dios.
- Dejé a uno vivo.
- Vos nunca dejás a ninguno vivo cuando te dan tus ataques.
- Ya sé, pero este era diferente.
- Son todos iguales.
- Este era diferente.
- Cuidado, entonces. No te vayas a enamorar.
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